martes, 19 de abril de 2011

7

Hoy estuve despierto hasta la una de la mañana para ver si de pronto me llamabas nuevamente. Se me ocurren tantas cosas cuando me despiertas o me alertas a la hora más inesperada que no logro recordarlas todas a esta hora en que vuelvo a escribirte, pero sé que se condensan en éstas. Me gustaría escribirte una carta que cada vez sea tu preferida, también me gustaría, verte más de una vez. Leo las cartas a Milena de Kafka para darme cuenta de la primera palabra y la segunda y la última. En este caso empiezan a aparecer todas las que no te he dicho en estos dos largos meses de no verte y de hablarte interrumpidamente. Por ejemplo, ya no tengo claridad respecto a tu estatura ni respecto a si tu cabello iba largo o muy largo, así como tampoco logro poner en orden las palabras que usaré la próxima vez que te encuentre, como si por el camino se me fueran desordenando, y zas, cuando te encuentre ya no sepa ni saludarte. Imagino con frecuencia, semejante evento, y en una pequeña fantasía, quizá producto de no usar mis nuevas gafas, he empezado a verte entre la otra gente.

6

Te prometí una carta de año nuevo, más bien alegre y que contuviera los mejores deseos para ti. Quiero contarte algunas cosas, como que ya empecé a echar de menos nuestras abrigadoras conversaciones hasta la medianoche, la feliz palabra apapuche y tu sonrisa del chat. Este año para mí va a ser probablemente el último en la universidad; para ti tal vez vuelve a ser el primero, y en ello te deseo lo mejor. No tengo metáforas esta vez, ni estoy muy de acuerdo con estas palabras, y apenas entiendo que las escribo porque desarrollé un extraño cariño por ti. Pensé mucho en ti durante las vacaciones, pero eso puede alegrarte o entristecerte, no sé exactamente. Te cuento que con el cambio de año, cambié también de casa, como te había dicho que tenía planeado y compré algunas cosas. Pero no estoy completamente contento, sabes, me sentí bien triste de no poder verte. Incluso pensé que no quieres saber nada de mí, pero luego, ya cuando se me pasó un poco lo triste, supe que mucho de lo que ha ocurrido consiste en que sé muy poco de ti. Seguramente no te olvidaré pronto querida Jeimy, pero no quiero malos recuerdos de ti, y claro, si es posible, que tampoco te queden malos recuerdos de mí.

5

Esta es una breve nota de despedida para que me recuerdes. Cuando ya estés entre las grandes y pequeñas rocas, cuando ya seas capaz de entender el lenguaje increíble de la tierra, de pronto, dentro de cien mil años te encuentres con mi corazón. Puede que haya una palabra en común entre el lenguaje de la tierra y el lenguaje del hombre; y si la encuentro, no dudaré en usarla para escribirte una carta. Pienso hoy en lo bueno de haberte conocido este año y en lo importante que resulta haberte escrito estas cinco cartas. Muy pocas personas escriben cartas y son menos aún las que reciben cartas. Pienso en si volveré a escribirte una carta y en si recibiré alguna como respuesta. Pienso en lo que entiendes de lo que te dicen mis palabras y en lo que sientes y en lo que no sientes al leerlas. Espero que no te pierdas y si te pierdes que te encuentre, y si te encuentro que me esperes.

4

No hicimos el dulce de moras, ni te di ninguna clase de cocina. No nos tomamos el vino. Tampoco lograste emborracharme para escuchar mi verdad. No supe de tu ombligo. No volvimos a apostar y tampoco nos vimos la tarde del aquelarre. No conociste mi casa ni más. Pero nada de eso importa ahora: adivinar el clima es más sencillo que adivinar los motivos de tu corazón.

11/11

El domingo mi corazón tenía forma de gato y tu curiosidad no logró matarlo. Su arriesgada felinidad, su intrepidez, se convirtió en felicidad. Ya unos días atrás venía dando saltitos de felino y ronroneando la canción de la tarde y la luna que tú oyes. Tanta obviedad crispaba su espalda y me llenaba de espanto. El antiguo dilema entre el silencio o la soledad cuando la apuesta es insegura no estuvo totalmente presente. Supiste que me gustas de una manera inusual. Tanta fue tu curiosidad que sin fijarte en mi mirada lograste que lo dijera. Yo no lo quería así ni lo imaginé tan pronto, ni supe para qué. He pasado un buen número de horas tratando de comprender el alcance de semejante novedad y espanto. La forma de gatito se desdibuja y tu curiosidad mueve mi esperanza entre dos lugares ajenos, uno, donde estás y otro donde no estás. ¿Nos volveremos a ver en una tarde que se escapa de la lluvia?

Otra Carta

Siempre me sucede lo mismo. Empiezo a hacer un inventario de las cosas que no he dicho porque digo muchas cosas, pero me quedo con las importantes. Por ejemplo, no te he dicho que no me canso de verte solamente, ni que me convierto en pedacitos de mí ante tu mirada.
Tampoco te he dicho que tus palabras sí me alivian el frío aunque no parezca y aunque estemos suficientemente lejos. Por eso siempre quiero saber si estás ahí, por el frío y porque me gusta la forma en que tus palabras llenan mi silencio. Pero esta obviedad que percibes engendra una tragedia: estar atando mi silencio a tu ignorancia, o mis palabras a tu distancia. Y ese es mi primer temor a esta hora de la tarde. Pero también está el hecho de que me gustan las apuestas. Esta es mi última apuesta, y probablemente vaya por el mundo sin una respuesta. Pienso en que no estás sola; pienso en que apenas te conozco, pero, ¿quién inventó la medida del apenas que olvidó decirnos? ¿Quién estableció los deberes de la soledad?
Me encuentras y no me encuentras. Te encuentro y no te encuentro.

La Carta

Y bueno, por ahora tengo que verte cada jueves. Pero no me conformo. La extraña coincidencia del clima y el sol que saluda las diferencias en el azar, es lo primero. Por ahí empieza la gran historia de los abrazos. Esta sensación extraña en mis bíceps, marca la notoria diferencia entre abrazarte y abrazar a otra persona. El juego de palabras que hablan y dicen de la soledad, y del pequeño resquicio por donde se escapa la tarde compartida, y la noche escrita y reescrita, no hace más que abrir campo en la memoria. En este punto de la carta el olvido es impronunciable. No me conformo con el abrazo mínimo, ni con la palabra más pequeña, ni con la caricia más tímida. El abrigo no resume todas las partes de la noche y haber vendido mis tardes al mejor postor ya no es tan interesante. Me interesan ahora los jueves, una sensación metafísica; una extraña bienvenida al tiempo que es tan corto y tan rápido. Jueves se escribe con tu jota pero parece también que se escribe con la de jamás.
Pero no me interesan por su gramática sino por tu presencia, porque estás en ellos; porque la luz del sol viene contigo, y con esto no digo nada que no sepas. He puesto el destino en una moneda y lo has visto, pero no te convence mi apuesta, toda vez que no se trata de helado con vodka. Hoy tampoco escribí nada. Me quedé pensando en esta carta. Demasiadas o pocas palabras y tal vez demasiado medidas o demasiado ligeras. ¿A dónde escapar si conozco tu mirada? ¿Qué decir por la tarde cuando te escucho y ya no logro ver nada? ¿Qué hacer cuando reconozco tu risa y no te alcanzo? No me conformo.