martes, 17 de agosto de 2010

Azar

Fácilmente podemos llegar a creer que el universo está totalmente determinado y que nada en él sucede por azar. De manera que el azar que usamos cotidianamente para sortearnos diversas cosas no constituye más que una fuente importantísima de información; puesto que todo está determinado no existe razón alguna para que el resultado que nos dé la moneda contradiga hechos sobre los cuales nos interesa tener conocimiento. Así, de este modo tan antipoético y pendenciero, pregunté a una moneda por nuestro destino, y he aquí que la moneda ha dicho, que no hay un futuro común entre los dos. Que toda la alegría y demás eventos que han sucedido no son una disposición que nos prepare para un mundo diferente, por el contrario, no es más que una breve y hermosa manera de gastar el tiempo. El universo es cruel y sus determinaciones más crueles aún, pero la verdad es un alivio semejante coincidencia entre la realidad y la voluntad.

Segundas Partes

Es bueno verte. Verte me hace creyente en un mundo diferente. Un mundo diferente aunque haya frío y oscuridad, y otros temas en la agenda, y mucho trabajo. Dejo mi trabajo, mi labor cotidiana de pensar en ti, dejo de extrañarte, dejo de decirle cosas al silencio esperando que las oigas. Las oyes ahora, por eso verte está bien. Muy bien, aunque tenga que alterar mis horarios, y se altere mi respiración y la fortaleza de mi espíritu, aunque suspenda la incoherencia de mi libertad, aunque tome rutas alternas y menos rápidas. Tan acelerado estaba mi pulso, tan rápido iba mi sangre, que no sentía el frío que tú sentías. Y sentí que es bueno verte, porque vuelve la vida a algunos lugares de mi alma. Para mi alma es bueno saber de ti, aunque nada sé ahora de estos tiempos. Sé del ahora a través de ti y también del futuro. Pero no quiero hablar del futuro en el que no vas a estar, y en el que tu presencia se reduce a mi lectura de estas palabras. Leo tus gestos, tus ademanes y escucho cuidadosamente cada una de tus palabras que hurgan mi conciencia como buscándose un refugio, o que se refugian inconscientes. Esta inconsciencia me dice también que es bueno verte. Bueno, verte es como arriesgarme, de hecho es todo el riesgo que tomo dadas las actuales circunstancias. Reconocerás mi mirada circunstancial e imprecisa pidiendo una respuesta ambigua. Vivo en esta ambigüedad, que rodea la lluvia y el frío de la ciudad que compartimos. Pero no compartes conmigo el mundo que puede ser diferente.

sábado, 14 de agosto de 2010

La expresión de la mirada

¿Qué expresan para ti mis ojos cuando alcanzan a mirarte? El río ya no sabe que es un río, ha perdido su primera palabra y no recuerda su nombre principal. Alcanza a llevarse estas palabras que parecen últimas, pero que pueden ser primeras. Cuantas palabras en un río, cuanto silencio frente a su transcurrir inescrupuloso. Una palabra no es nada frente a un río, y un río no es nada frente a una palabra. Que mentira tan grande recorre el mundo en esta mirada que no mira.

¿Qué mirada merece esta palabra? ¿Por qué no me miras? ¿Qué hay mis ojos? ¿Qué es lo que no hay?
No hay una calle en la noche ni en la tarde; el mendigo inoportuno, el curioso temor, son apenas una brizna accesoria; un cóctel de frutas moradas, la luz de mercurio, los demás desconocidos y el camino que buscamos no dan el mejor sabor, es una negociación sobre la manera de repartirnos las tareas de la nada. Es posible que el escenario no propicie más que temblores de frío y ninguno de esperanza. ¿Quién puede pensar en el amor si tiene frío o miedo?

Es preferible la esperanza al amor, porque en todo caso, la primera se extiende con el paso de los días mientras que el amor se recoge en cada sentido, se agota como las velas. ¿Qué expresan mis ojos ante la tenue luz del mercurio? ¿Cambia mi mirada ante la luz de la mecha glicerinada? ¿Acaso tienen algo que ver la luz y la esperanza? Se puede ver algo de esto en mis ojos? ¿Vale la pena hacer narraciones de los meses silenciosos, e inventarnos los posibles futuros con tal de mantenernos cerca? ¿Cuál es la distancia fundamental y cual la elemental? ¿Confirma mi mirada la expectativa de hacer el viaje, juntos hasta aquél rincón silencioso de la tierra?¿Cuál es la expresión de la mirada extasiada por el café y la sonrisa bien amada?

Del reto antiguo o del adjetivo

Me gustaría compartir contigo este reto antiguo, el dilema de la angustia cotidiana. Qué bueno sería contarte del pequeño logro y de la pequeña derrota. Como me gustaría que estuvieras cercana al día de mis grandes logros y al día de mis no tan grandes derrotas.

He pensado en todas mis apuestas cotidianas y en si se corresponden con el espíritu de un héroe, pero de esto nada te he contado. Para ser valiente, cada vez que me he ido de casa he aprendido un poco a sentirme como un guerrero, con esa remisión un poco imprecisa al quizá equivocado verbo guerrear. Y voy por la guerra, en todo caso, porque esta tierra es un poco de guerra y también un poco de paz. Pero la paz no nos pertenece, y no la recibiríamos con los brazos abiertos, si su presencia no es anunciada por la dignidad. De la dignidad y de mi dignidad tampoco te he dicho la más mínima palabra; qué entiende este joven que te escribe secretamente por esa palabra tan poco usada, y tan escasamente bien usada. ¿Cuál es la lucha digna? ¿La lucha del hombre contra el sol y la tierra, con el premio del sudor y la tarde descansada, la brizna verde al final de la semana, como si fuera un retoño de felicidad?

He hablado y tal vez me hayas escuchado hablar de la ausencia, de tu ausencia, de mi ausencia, pero no he dicho nada acerca de la presencia, de mi presencia, de tu presencia, de la brizna que premia. “Me gustas cuando hablas porque estás como presente” si invirtiéramos el verso del poeta, habla del presente y de la presencia. Mi presencia por ejemplo, interrumpe muchas cosas tristes. Puede que no sea cierto, puede que no sea suficiente, pero mi presencia lo intenta. Y no sé de sus alcances. Sólo sé que algunas veces lo he notado. Sólo espero que mi presencia no haya sido ingrata para muchos, ni para ti. A veces me esfuerzo hasta el cansancio por hacer de mi presencia algo grato. A veces, no me esfuerzo en absoluto, a veces no quiero ser presente ni estar presente, ni ser grato ni ser sujeto de la gratitud que no es algo gratuito. Recorro el camino de mi corazón para quererme a mí mismo. Y en este recorrido hay vecinos. Tampoco te he hablado de la vecindad, de por qué temer a la noche, y de si en el decimoquinto paso asustan. No te he hablado del susto, pero que bueno sería contarte de lo que me asusta, que es opuesto a lo que temo. Ahora que los destinatarios son tan frágiles, que pueden descartarte sin leerte, pienso que puedes ser mi destinataria. Esto no es nada nuevo, sólo que lo sigo pensando.
Esto parece un listado de temas, pero es una invitación a que hables. Ayer al leerte noté que no escuchaba los adjetivos que pronunciabas, sólo los verbos, los sustantivos y tal vez uno que otro pronombre. Y los adjetivos dicen muchas cosas importantes. Me dan razones para escribirte. Presente puede ser un adjetivo o un sustantivo. Me gusta como suenan los adjetivos, y dos adjetivos juntos también suenan muy bien: bella presente, y se vuelven casi una manera de nombrarte. Inteligente prudente, diciente morena, danzante esperanzadora, todos son esas búsquedas de sentido y de opción. Ahora que me has hecho ver los adjetivos, qué diré de las demás palabras. ¿Podría dejarlas al olvido y al silencio? ¿Cuánto tiempo me lo permitiría?

Certeza

No te lo he dicho, pero, ¡hueles a certeza! Qué olor más intrigante y verdadero; perdura entre los demás olores y altera los demás sentidos. Nada huele raro cuando hueles a certeza. No te lo he dicho porque es mi pequeño secreto de estas tardes de abril, y ya habrá tiempo, cuando no seas tan cierta, para recordártelo. La certeza no huele como el vino, ni como las flores; no te preocupes, tampoco es el olor a café o el aroma de las moras, no me confundo ni lo encuentro en todo sitio. Sabrás apenas que tu olor es el olor a la certeza y quizá no lo distingas todo el tiempo. Prefiero la certeza a la belleza, pero todo lo bello está en lo que es cierto. No avanza la incertidumbre en estas calles, ni prospera el entrometido silencio, no te lo he dicho pero hueles a certeza. Apenas te vi lo supe, y no te lo dije para no caer en debates pero cada vez que estamos cerca esa proposición es una realidad.

Emoción y esperanza

Pienso en si me podrás querer ahora que ya no hay mucho ayer. Todo el día de hoy estuve pensando en ti. Recordando un poco lo que dices, lo que haces, recordando que ignoro muchas cosas de ti. Invitarte y llamar. Cuántas cosas pasaron con mi vida desde que nos vimos. Tal vez moviste los hilos invisibles de mi realidad y hubo reajustes. Y qué buenos.

¿Y pasará un año para ver tu sonrisa de nuevo? Espero que no. Quiero compartir contigo esta esperanza que me asiste. Pienso en mi falta de tacto para precisar las palabras que me lleven a oír de ti lo que quiero saber. Espero verte cuanto antes. Espero oírte y abrazarte. Nada más quiero ahora. Esta palabras no hablan de poesía ni de política ni de filosofía. Estas palabras hablan del día y de la tarde, hablan de lunes y del sábado. Hablan de los extremos y de los mínimos. Hablan un poco del fin de la distancia y del fin del silencio. Escribo a mano nuevamente. ¿Tocará esta mano tu rostro nuevamente? ¿Por qué olvido tan fácilmente las palabras que ahora pienso? ¿Por qué te quiero tanto? ¿Por qué me gustas tanto?

El lunes la emoción de verte había estallado en mi pecho. Casi no podía respirar. Tal vez esto no te guste o te haga sentir incómoda y liviana. Pero es importante que lo sepas. Me ayudarás a pensar. Pero, ¿yo te ayudaré en algo? ¿Cuando hablo contigo se notan que son palabras que sólo uso para hablarte? ¿Te has dado cuenta que mi estrategia es bastante pobre? ¿Por qué no te pregunto esto a diario? ¿Acaso temo perderte o alejarte? Creo que esa es una palabra clara y es todo el impedimento para estar cerca de ti. Creo, que sí me puedes querer. Pero me doy cuenta ahora de que hasta que no cese mi temor a perderte no podré tenerte junto a mí. Creo que notas este temor clandestino. Pienso que notas otros temores. Este es el fin del miedo. Necesito verte cuanto antes. Y decirte, contarte cómo mi vida ha sido una serie de apuestas en las que la voluntad de apostar me ha asegurado el éxito. Quiero apostarle ahora al amor. Cabe enamorarme de ti porque me gustas; tu compañía y tus palabras, la forma en que cae tu cabello y el detalle aquél de que el arte vive en tus movimientos me suscitan creencias inexpertas, creencias que no saben del mundo definitivo y cruel. Espero verte cuanto antes.

martes, 3 de agosto de 2010

Con frío y sospechas

Después de hablar contigo, quedo con frío y sospechas. Inclusive antes de hacerlo. No importa la hora del día, ni la manera. Quedo con frío y sospechas. Tu abrazo tibio me llena de sospechas. Tu adiós me llena de frío; se enfría mi piel y particularmente aquí dentro donde se dan los temblores y los escalofríos, aquí dentro donde se sienten los adioses y los hasta-luego. Con frío y sospechas recibo tus palabras y el silencio entre ellas. No tiene magnitud el silencio. Pero la magnitud del frío me hace sospechar de tu abrazo.
Veo el frío y me queda esta sospecha incierta, inviable, increíble; la sospecha es fría y el frío me hace sospechar de lo que hablo contigo, de lo que te digo, de la certeza, porque supongo que la verdad es un poco cálida, que lo cierto tiene el color de tus ojos que ahora preciso. Y esas palabras que traes ahora en tu boca, que resultan ya dulces, que resultan sinsabores, síncopas; ya no es el antiguo silencio de la noche enmohecida y enrarecida, sino el síndrome de la síncopa, que abrevia la tarde y el té del tren. La mano no cruza el abismo pequeño engendrado en la calle fría, por el contrario, se mantiene ausente y deshace el ahí en pequeñas palabras que se balancean en la lluvia de la noche.
Describo el límite injusto, la mediación de la tibieza, y el oscuro del romance. Describo el punto del alcance, la pobreza y el gusto rápido por tu chaqueta negra. Quizá no notes que te estoy mirando. Mejor que creas en mi desinterés y en mi sombra. Mi voz no te mira ni te deja de mirar, como miran las voces profundas, livianamente. Olíamos el canto rojo que olió entonces a moras y maracuyá. Hablamos del origen de la poesía, de la causa profunda, del último y el único fin; para abrazarte y saber que después quedaría con frío y sospechas.

domingo, 1 de agosto de 2010

Cuantos y tantos

¿Cuántos días tienen que pasar para volver a verte? Es la pregunta del exiliado frente a su tierra y su amada. ¿Cuántos días caben en la distancia y en el silencio? ¿Cuántos días faltan para volver a sentirte? Esta pequeña memoria, que olvida la frecuencia y el humilde duelo, ya no te extraña como antes, es cierto, pero te extraña. Te recuerda. Te repite en cada hora por si de pronto se adivina el conjuro de tu presencia repentina. ¿Cuánto será el tiempo sin escucharte, sin saber de ti, sin caminar a tu lado? Esta no es la pregunta del sol a la mañana, ni la pregunta del verde a la montaña azul lejana, es la pregunta de la memoria. ¿Cuánto tiempo tendré para recordarte? Se me acabarán las ideas que he utilizado para cultivar la remebranza de tu entonación, y tu voz ya no sonará, ya dejará escapar su eco, como escapa la tinta en el mar, y los sonidos pequeños cuando llegan a lado de la voz del volcán o del río. Esta simplicidad que no habla nada, ni dice apenas lo importante, recorre las esquinas y reconoce un poco de tu perfume, que ya no sé si es el mismo que me gustó en aquellas noches de septiembre. En todo caso, estoy esperando.