sábado, 20 de marzo de 2010

Fin de la serie

El mundo se alegra de haberte tenido durante veintitrés años. Y en esa medida espero que un mundo alegre traiga para ti días dichosos y felices para que sigas llevando sonrisas a muchos lugares de esta tierra. Compartir sonrisas y abrazos resulta una tarea ardua que muy pocas personas son capaces de afrontar. Por fortuna para muchos terrícolas este mundo tiene tu presencia como un preciado tesoro. Mira hoy el sol y el cielo y verás que se alegran de tu existencia. El que tengas hoy un feliz día es motivo suficiente para escribirte. Ha pasado mucho tiempo y han pasado muchas cosas que quiero contarte. Te envío un abrazo redimible por uno real y muchos deseos de cosas buenas para ti.

La última expectativa

Resulta que tengo una expectativa tan grande de verte, pienso en si seguirás siendo como antes, en si mis recuerdos concuerdan con la realidad, en si eres tan bella como entonces. Trato de descifrar la palabra que usarás para saludarme, en si me abrazarás y en si tu abrazo me transmite algún mensaje cuyo código yo sea capaz de descifrar oportunamente.
Hace tantos meses que no te veo, que no puedo olerte, ni tocar tus manos, que tal vez ya no existas. ¿Y cómo reaccionará mi corazón al sentirte nuevamente después de haberme prometido estar curado de tu ausencia? ¿Acaso lograré evitar tus ojos o causar una apariencia diferente que me ayude a tolerar tu presencia sin sacarte de allí donde nos encontremos, para llevarte a un lugar indefinido donde podamos hablar de la ausencia, de lo hermoso que resulta extrañarte, de lo urgente y difícil que ha sido querer verte y no poder?
Pero no lo comprendes. Estoy de muchas maneras. Eso de enamorarse y desenamorarse a la fuerza es bastante duro. Y me pone feliz y triste de que sea cierto, pero me queda el vacío ahí donde siempre, esa esencia tan rara, tan inmisericorde. Qué bueno y qué malo todo esto. A lo mejor no verte más fue mejor que haberte visto todo el tiempo.

¿Y dónde es que está la gente feliz?

¿Y dónde es que está la gente feliz? La que no pierde, la que puede esperar al día próximo sin intranquilidad. ¿Dónde se hospedan quienes habitan cerca de la felicidad? ¿A qué le temen los valientes? ¿Por qué la felicidad no se distribuye de acuerdo a los niveles de tristeza? ¿Qué se necesita para hacer parte del selecto club de la gente feliz? No basta la sonrisa, ni la liquidez, no basta la experiencia feliz, ni la memoria.

¿Dónde está la gente que puede querer sin temer ser derrotado por el silencio? Porque querer es hablar, es decir, es que la voluntad dance con las palabras, que las palabras acojan esa forma de corazón que no intimida. ¿Dónde vive la gente feliz? ¿De qué material han construido su casa si aún el acero deja pasar la tristeza como un fantasma, como una ausencia? ¿Cómo hicieron para ahuyentar ese monstruo que se disfraza de felicidad? ¿De dónde sacaron la valentía para arrancarle la piel a esta fecha y saber que ahí, debajo de la piel no estaba el demonio de la tristeza?

Pues yo no sé cómo, ni conozco a esa gente feliz. Sólo veo gente que busca incansablemente, como si la felicidad fuera posible, cómo si no fueran tristezas desmovilizadas. Sabes que estaré ahí, a este lado junto con las tristezas de mi alma. El alma es una colección de tristezas, por esos a los tristes les duele el alma, pero a los felices nunca les duele, ni sienten su presencia, porque el alma no está hecha de felicidades. Pero no tomes esto a mal. No es necesario que te sientas culpable aunque lo seas. Muchos culpables se sienten inocentes. Pero no hay penas en este caso para quien hace el daño, sólo para quien lo padece. No rompiste nada, no robaste nada, sólo añadiste una tristeza más a la lista de las que hay en mi alma.
Dejaste un hueco inmenso que se ha ido llenando con tu silencio. Ese es el material con el que se construye la tristeza, con el que el victimario hace víctimas.

¿Ves que una palabra tuya basta?

Aun hoy una palabra tuya basta para hacerme feliz, para sacarme del mundo al que fui arrojado y elevarme a las nubes azul cromo de la esperanza. Una palabra tuya reconstruye y devuelve el aliento a la pronunciación, desempaña la imaginación y trae noticias de tu alma. Sé que mis brazos si tienen la medida adecuada para abrazarte, lo supe el día que te devolví los pendientes. No lo hice como había prometido, pues no fue ese día de marzo el día que dejaste de hacerme falta, sino que puse en mis manos la tarea de no hacerme esperanzas contigo. No amanecerá contigo nuevamente, ni mi voz adquiría ese acento de diapasón otra vez. Fue breve, y han quedado muchas palabras.
Pero faltan tantas palabras entre nosotros que espero tener momentos como palabras para hablar contigo. Faltan sin duda la primera y la última explicación, el argumento del silencio y la respuesta de la ausencia, la historia de mis pies desde el último paso que dimos juntos, si es que dimos ese paso y el relato triste de mi cabeza distraída que dejó que te fueras, como si en este asunto valiera la palabra libertad.
Qué bonita es la palabra adecuada. Libertad fue mi palabra. Pero no fue la palabra adecuada.

Fragilidad 2

Al fondo de las palabras escritas resuena la fragilidad de quien escribe. Fragilidad la de las hojas secas o la del cristal. En todo caso resuena esa manera tuya de decir, de hacer, de significar los pies del mundo. Cabe en tus manos la pequeña y ausente existencia de la sombra última de mi poesía. La fragilidad de las cosas del mundo habla de la fragilidad misma, que se ha distribuido en todo lo que tocas. Un día tocaste mi corazón y como lo demás, tomó tanta fragilidad que las voces nocturnas se atrevían a hacerlo vibrar. Pero una historia de la fragilidad sólo tiene su pleno sentido cuando algo se rompe. Sólo sabemos de la fragilidad de la hojarasca cuando escuchamos su crujir oscuro y natural. Sólo sabemos del cristal cuando ha pasado a integrar el peligro. Pero no se rompió acá un corazón sino sus palabras. Estas palabras están rotas. Sólo algunos las podemos ver descompuestas, deshechas, repartidas, incompletas, sin orden ni conjunto. Sólo quien oye las palabras al fondo de la tarde, como en un pasillo lento y vacío, puede medio escuchar su fragilidad.

Fragilidad

Al fondo de las palabras escritas resuena la fragilidad de quien escribe. Fragilidad como la de las hojas secas o la del cristal aunque nada esté hecho de cristal ni de hojas secas. En todo caso resuena esa manera tuya de decir “no”, que rompe el silencio y la palabra, que pone un cerco infranqueable al deseo. Muy pocos notan esta tristeza tan rara. Inclusive yo olvido que la llevo a cuestas cada tanto.

Aún no encuentro una manera de nombrarte. Ni azul o sombra o nombre de flores inexistentes o extintas, ni palabras serias o falsas. Quiero nombrarte, como si tuvieras nombre, como si nadie más te hubiera nombrado, como si nombrarte tuviera un poco de ti, como si al nombrarte te invocara así como se invocaban los espíritus en los tiempos de antes, como si acabara con lo frágil de una sola palabrada. ¿Viene tu nombre junto a tu espíritu? ¿Te zumban los oídos cada vez que te menciono en mitad de la noche o en mitad del día? ¿Reconoceré tu acento la tarde que vuelva a hablar contigo? No tengo buenas razones para nombrarte ni para pronunciar un saludo que de veras te salude. Las palabras de la tarde se marchitaron en tu gran ausencia. El camino lleno de paredes en blanco o en azul donde pensamos escribir unas palabras para apoyar la redención humana aún permanecen inalteradas, como a la espera de tu nombre en mi mente. Pero no encuentro una manera de nombrarte. Si supieras del esfuerzo para escuchar tu voz o para leer tus palabras, tal vez me dirías tu nombre. Pero no es necesario hoy, tal vez lo sé, pero no encuentro una manera de pronunciarlo.

He aquí lo frágil de mi voz. Si aún tuviera un segundo adicional para pronunciar tu nombre.
Si aún esta muerte no se hubiera apoderado de mis palabras, si aún este momento alcanzara para que cambiaras de parecer, tendríamos una nueva canción para recorrer un nuevo tiempo para tomarnos de las manos en las calles del centro.

Cae la tarde

Cae la tarde como apenas otras cosas saben caer, sobre mi alma maltratada, sobre las casas tristes, tristes por estar deshabitadas de ti, tristes por ya no verte. Pude no quererte, no fue el azar sino la voluntad, no fueron las circunstancias sino mi corazón. Pude no quererte, no era la soledad quien reinaba, no era el silencio ni la noche sino tu presencia. Pude no quererte, pude impedir que nacieran esperanzas como flores de un día. Pude espantar esa primavera como antes se espantaban las brujas. Pude espantar esos pájaros que picotearon mi alma pero no hubo capacidad ni voluntad. Pude no quererte, pero lo supe apenas después de hacerlo. Nadie que esté dormido puede querer no despertar y tener la fuerza para hacerlo. Pero no fue un sueño, tus palabras lo confirmaron.
Cayó la noche junto a los demás que cayeron, inocentes, víctimas del silencio, víctimas de la palabra incompleta. Pero yo no quiero más caídos, no volveré a la casa donde conocí tus labios, ni te esperaré más, en aquella ventana. De hecho en ninguna ventana, y es bueno que todas las casas se deshabiten de ti, se desintoxiquen. Que la tarde se levante y que no reinen tus palabras porque ni eres reina ni estás presente.

Razones

Es claro que no hubo una razón para quererte, y que resultaba inexplicable la aparición de un sentimiento tan fuerte y tan inflamable. Por eso tampoco existe una razón para no quererte. Puede que existan varias razones para quererte y también que existan varias razones para no quererte, pero consideradas individualmente no dicen nada, son insuficientes. Muchos sentimientos tienen una explicación, pero no éste. Este resumen de emociones saltarinas, desde la dicha matutina hasta la tristeza por la timidez de la tarde, no sirve aún como una explicación. El recurso a recordar tu mirada a través de fotografías, no habla nada de la emoción y la fijeza con que tus ojos se hacían presentes en mi vida. No es un tema nuevo esto de la dialéctica de tu presencia y tu ausencia, menos cuando tu nombre lleva ya las claves del azar. No puedo hablar de razones cuando no las tuve para conservarte y menos hoy cuando te conservo de una manera apodíctica pero meramente textual. Las palabras o bien son como sonidos terribles, como estruendos del relámpago, o bien son como marcas dejadas en las rocas por el paso infinito del agua, y entonces he preferido el sentido geológico de este cariño ante la imposibilidad de ensordecerme.

Yo, que creí saber sobre razones, intenté proponerlas en la fragilidad de nuestras palabras, pero éstas se rompieron y quedó un silencio casi absoluto donde apenas si podemos reconocer las pequeñas briznas del diálogo. Lo preferimos nocturno y hacia el amanecer, como si las buenas palabras se nos acumularan durante el día hasta rebozarse en la noche. Aún en los últimos días intentamos nos vemos inmiscuidos en este tipo de conversaciones. Pienso que eres una buena conversadora. Cuando digo “conversar”, suena como si dijera a la vez, versar de a dos, y alguna vez lo hicimos, aunque tu presencia me hiciera olvidar aquellos versos que recuerdo. Esa fue una buena razón para quererte. Algunas cosas no cambian con el paso del tiempo. En eso el amor se acerca a la eternidad.

Buen viaje

Te hubieras marchado sin mencionarlo. Si hubieras partido sin darme aviso, tu ausencia no habría empezado desde antes de tu partida. ¿Pero, de qué hablo? Desde el primer día he sentido tu ausencia. Pero la que me cuentas ahora, es aún más profunda y oscura, la ausencia es como un túnel que va hacia el fondo de la tierra y no hacia la luz. Esta ausencia de la que dices ahora será una definitiva.

Sin duda deseo que regreses algún día, que no olvides que tu corazón es un camino, y que cuando cruces el mar recuerdes mi nombre. Pero qué bueno si te hubieras ido sin hablarme de tu destino ni de tu voluntad Así, y seguiría sabiendo de ti como lo he hecho el último año, sin saber siquiera si vives o alguien escribe por ti, si perdiste el cabello o tu mirada estupefacta.

Sé que te vas, pero no te escondas, cuando estés allá, mira que ahora todos estamos un poco más cerca, aunque también estemos un poco más lejos. Si no me extrañarás, te deseo un buen viaje. Los deseos no sirven de mucho, por eso te deseo un buen viaje.