sábado, 20 de marzo de 2010

Fragilidad

Al fondo de las palabras escritas resuena la fragilidad de quien escribe. Fragilidad como la de las hojas secas o la del cristal aunque nada esté hecho de cristal ni de hojas secas. En todo caso resuena esa manera tuya de decir “no”, que rompe el silencio y la palabra, que pone un cerco infranqueable al deseo. Muy pocos notan esta tristeza tan rara. Inclusive yo olvido que la llevo a cuestas cada tanto.

Aún no encuentro una manera de nombrarte. Ni azul o sombra o nombre de flores inexistentes o extintas, ni palabras serias o falsas. Quiero nombrarte, como si tuvieras nombre, como si nadie más te hubiera nombrado, como si nombrarte tuviera un poco de ti, como si al nombrarte te invocara así como se invocaban los espíritus en los tiempos de antes, como si acabara con lo frágil de una sola palabrada. ¿Viene tu nombre junto a tu espíritu? ¿Te zumban los oídos cada vez que te menciono en mitad de la noche o en mitad del día? ¿Reconoceré tu acento la tarde que vuelva a hablar contigo? No tengo buenas razones para nombrarte ni para pronunciar un saludo que de veras te salude. Las palabras de la tarde se marchitaron en tu gran ausencia. El camino lleno de paredes en blanco o en azul donde pensamos escribir unas palabras para apoyar la redención humana aún permanecen inalteradas, como a la espera de tu nombre en mi mente. Pero no encuentro una manera de nombrarte. Si supieras del esfuerzo para escuchar tu voz o para leer tus palabras, tal vez me dirías tu nombre. Pero no es necesario hoy, tal vez lo sé, pero no encuentro una manera de pronunciarlo.

He aquí lo frágil de mi voz. Si aún tuviera un segundo adicional para pronunciar tu nombre.
Si aún esta muerte no se hubiera apoderado de mis palabras, si aún este momento alcanzara para que cambiaras de parecer, tendríamos una nueva canción para recorrer un nuevo tiempo para tomarnos de las manos en las calles del centro.

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