martes, 17 de agosto de 2010

Azar

Fácilmente podemos llegar a creer que el universo está totalmente determinado y que nada en él sucede por azar. De manera que el azar que usamos cotidianamente para sortearnos diversas cosas no constituye más que una fuente importantísima de información; puesto que todo está determinado no existe razón alguna para que el resultado que nos dé la moneda contradiga hechos sobre los cuales nos interesa tener conocimiento. Así, de este modo tan antipoético y pendenciero, pregunté a una moneda por nuestro destino, y he aquí que la moneda ha dicho, que no hay un futuro común entre los dos. Que toda la alegría y demás eventos que han sucedido no son una disposición que nos prepare para un mundo diferente, por el contrario, no es más que una breve y hermosa manera de gastar el tiempo. El universo es cruel y sus determinaciones más crueles aún, pero la verdad es un alivio semejante coincidencia entre la realidad y la voluntad.

Segundas Partes

Es bueno verte. Verte me hace creyente en un mundo diferente. Un mundo diferente aunque haya frío y oscuridad, y otros temas en la agenda, y mucho trabajo. Dejo mi trabajo, mi labor cotidiana de pensar en ti, dejo de extrañarte, dejo de decirle cosas al silencio esperando que las oigas. Las oyes ahora, por eso verte está bien. Muy bien, aunque tenga que alterar mis horarios, y se altere mi respiración y la fortaleza de mi espíritu, aunque suspenda la incoherencia de mi libertad, aunque tome rutas alternas y menos rápidas. Tan acelerado estaba mi pulso, tan rápido iba mi sangre, que no sentía el frío que tú sentías. Y sentí que es bueno verte, porque vuelve la vida a algunos lugares de mi alma. Para mi alma es bueno saber de ti, aunque nada sé ahora de estos tiempos. Sé del ahora a través de ti y también del futuro. Pero no quiero hablar del futuro en el que no vas a estar, y en el que tu presencia se reduce a mi lectura de estas palabras. Leo tus gestos, tus ademanes y escucho cuidadosamente cada una de tus palabras que hurgan mi conciencia como buscándose un refugio, o que se refugian inconscientes. Esta inconsciencia me dice también que es bueno verte. Bueno, verte es como arriesgarme, de hecho es todo el riesgo que tomo dadas las actuales circunstancias. Reconocerás mi mirada circunstancial e imprecisa pidiendo una respuesta ambigua. Vivo en esta ambigüedad, que rodea la lluvia y el frío de la ciudad que compartimos. Pero no compartes conmigo el mundo que puede ser diferente.

sábado, 14 de agosto de 2010

La expresión de la mirada

¿Qué expresan para ti mis ojos cuando alcanzan a mirarte? El río ya no sabe que es un río, ha perdido su primera palabra y no recuerda su nombre principal. Alcanza a llevarse estas palabras que parecen últimas, pero que pueden ser primeras. Cuantas palabras en un río, cuanto silencio frente a su transcurrir inescrupuloso. Una palabra no es nada frente a un río, y un río no es nada frente a una palabra. Que mentira tan grande recorre el mundo en esta mirada que no mira.

¿Qué mirada merece esta palabra? ¿Por qué no me miras? ¿Qué hay mis ojos? ¿Qué es lo que no hay?
No hay una calle en la noche ni en la tarde; el mendigo inoportuno, el curioso temor, son apenas una brizna accesoria; un cóctel de frutas moradas, la luz de mercurio, los demás desconocidos y el camino que buscamos no dan el mejor sabor, es una negociación sobre la manera de repartirnos las tareas de la nada. Es posible que el escenario no propicie más que temblores de frío y ninguno de esperanza. ¿Quién puede pensar en el amor si tiene frío o miedo?

Es preferible la esperanza al amor, porque en todo caso, la primera se extiende con el paso de los días mientras que el amor se recoge en cada sentido, se agota como las velas. ¿Qué expresan mis ojos ante la tenue luz del mercurio? ¿Cambia mi mirada ante la luz de la mecha glicerinada? ¿Acaso tienen algo que ver la luz y la esperanza? Se puede ver algo de esto en mis ojos? ¿Vale la pena hacer narraciones de los meses silenciosos, e inventarnos los posibles futuros con tal de mantenernos cerca? ¿Cuál es la distancia fundamental y cual la elemental? ¿Confirma mi mirada la expectativa de hacer el viaje, juntos hasta aquél rincón silencioso de la tierra?¿Cuál es la expresión de la mirada extasiada por el café y la sonrisa bien amada?

Del reto antiguo o del adjetivo

Me gustaría compartir contigo este reto antiguo, el dilema de la angustia cotidiana. Qué bueno sería contarte del pequeño logro y de la pequeña derrota. Como me gustaría que estuvieras cercana al día de mis grandes logros y al día de mis no tan grandes derrotas.

He pensado en todas mis apuestas cotidianas y en si se corresponden con el espíritu de un héroe, pero de esto nada te he contado. Para ser valiente, cada vez que me he ido de casa he aprendido un poco a sentirme como un guerrero, con esa remisión un poco imprecisa al quizá equivocado verbo guerrear. Y voy por la guerra, en todo caso, porque esta tierra es un poco de guerra y también un poco de paz. Pero la paz no nos pertenece, y no la recibiríamos con los brazos abiertos, si su presencia no es anunciada por la dignidad. De la dignidad y de mi dignidad tampoco te he dicho la más mínima palabra; qué entiende este joven que te escribe secretamente por esa palabra tan poco usada, y tan escasamente bien usada. ¿Cuál es la lucha digna? ¿La lucha del hombre contra el sol y la tierra, con el premio del sudor y la tarde descansada, la brizna verde al final de la semana, como si fuera un retoño de felicidad?

He hablado y tal vez me hayas escuchado hablar de la ausencia, de tu ausencia, de mi ausencia, pero no he dicho nada acerca de la presencia, de mi presencia, de tu presencia, de la brizna que premia. “Me gustas cuando hablas porque estás como presente” si invirtiéramos el verso del poeta, habla del presente y de la presencia. Mi presencia por ejemplo, interrumpe muchas cosas tristes. Puede que no sea cierto, puede que no sea suficiente, pero mi presencia lo intenta. Y no sé de sus alcances. Sólo sé que algunas veces lo he notado. Sólo espero que mi presencia no haya sido ingrata para muchos, ni para ti. A veces me esfuerzo hasta el cansancio por hacer de mi presencia algo grato. A veces, no me esfuerzo en absoluto, a veces no quiero ser presente ni estar presente, ni ser grato ni ser sujeto de la gratitud que no es algo gratuito. Recorro el camino de mi corazón para quererme a mí mismo. Y en este recorrido hay vecinos. Tampoco te he hablado de la vecindad, de por qué temer a la noche, y de si en el decimoquinto paso asustan. No te he hablado del susto, pero que bueno sería contarte de lo que me asusta, que es opuesto a lo que temo. Ahora que los destinatarios son tan frágiles, que pueden descartarte sin leerte, pienso que puedes ser mi destinataria. Esto no es nada nuevo, sólo que lo sigo pensando.
Esto parece un listado de temas, pero es una invitación a que hables. Ayer al leerte noté que no escuchaba los adjetivos que pronunciabas, sólo los verbos, los sustantivos y tal vez uno que otro pronombre. Y los adjetivos dicen muchas cosas importantes. Me dan razones para escribirte. Presente puede ser un adjetivo o un sustantivo. Me gusta como suenan los adjetivos, y dos adjetivos juntos también suenan muy bien: bella presente, y se vuelven casi una manera de nombrarte. Inteligente prudente, diciente morena, danzante esperanzadora, todos son esas búsquedas de sentido y de opción. Ahora que me has hecho ver los adjetivos, qué diré de las demás palabras. ¿Podría dejarlas al olvido y al silencio? ¿Cuánto tiempo me lo permitiría?

Certeza

No te lo he dicho, pero, ¡hueles a certeza! Qué olor más intrigante y verdadero; perdura entre los demás olores y altera los demás sentidos. Nada huele raro cuando hueles a certeza. No te lo he dicho porque es mi pequeño secreto de estas tardes de abril, y ya habrá tiempo, cuando no seas tan cierta, para recordártelo. La certeza no huele como el vino, ni como las flores; no te preocupes, tampoco es el olor a café o el aroma de las moras, no me confundo ni lo encuentro en todo sitio. Sabrás apenas que tu olor es el olor a la certeza y quizá no lo distingas todo el tiempo. Prefiero la certeza a la belleza, pero todo lo bello está en lo que es cierto. No avanza la incertidumbre en estas calles, ni prospera el entrometido silencio, no te lo he dicho pero hueles a certeza. Apenas te vi lo supe, y no te lo dije para no caer en debates pero cada vez que estamos cerca esa proposición es una realidad.

Emoción y esperanza

Pienso en si me podrás querer ahora que ya no hay mucho ayer. Todo el día de hoy estuve pensando en ti. Recordando un poco lo que dices, lo que haces, recordando que ignoro muchas cosas de ti. Invitarte y llamar. Cuántas cosas pasaron con mi vida desde que nos vimos. Tal vez moviste los hilos invisibles de mi realidad y hubo reajustes. Y qué buenos.

¿Y pasará un año para ver tu sonrisa de nuevo? Espero que no. Quiero compartir contigo esta esperanza que me asiste. Pienso en mi falta de tacto para precisar las palabras que me lleven a oír de ti lo que quiero saber. Espero verte cuanto antes. Espero oírte y abrazarte. Nada más quiero ahora. Esta palabras no hablan de poesía ni de política ni de filosofía. Estas palabras hablan del día y de la tarde, hablan de lunes y del sábado. Hablan de los extremos y de los mínimos. Hablan un poco del fin de la distancia y del fin del silencio. Escribo a mano nuevamente. ¿Tocará esta mano tu rostro nuevamente? ¿Por qué olvido tan fácilmente las palabras que ahora pienso? ¿Por qué te quiero tanto? ¿Por qué me gustas tanto?

El lunes la emoción de verte había estallado en mi pecho. Casi no podía respirar. Tal vez esto no te guste o te haga sentir incómoda y liviana. Pero es importante que lo sepas. Me ayudarás a pensar. Pero, ¿yo te ayudaré en algo? ¿Cuando hablo contigo se notan que son palabras que sólo uso para hablarte? ¿Te has dado cuenta que mi estrategia es bastante pobre? ¿Por qué no te pregunto esto a diario? ¿Acaso temo perderte o alejarte? Creo que esa es una palabra clara y es todo el impedimento para estar cerca de ti. Creo, que sí me puedes querer. Pero me doy cuenta ahora de que hasta que no cese mi temor a perderte no podré tenerte junto a mí. Creo que notas este temor clandestino. Pienso que notas otros temores. Este es el fin del miedo. Necesito verte cuanto antes. Y decirte, contarte cómo mi vida ha sido una serie de apuestas en las que la voluntad de apostar me ha asegurado el éxito. Quiero apostarle ahora al amor. Cabe enamorarme de ti porque me gustas; tu compañía y tus palabras, la forma en que cae tu cabello y el detalle aquél de que el arte vive en tus movimientos me suscitan creencias inexpertas, creencias que no saben del mundo definitivo y cruel. Espero verte cuanto antes.

martes, 3 de agosto de 2010

Con frío y sospechas

Después de hablar contigo, quedo con frío y sospechas. Inclusive antes de hacerlo. No importa la hora del día, ni la manera. Quedo con frío y sospechas. Tu abrazo tibio me llena de sospechas. Tu adiós me llena de frío; se enfría mi piel y particularmente aquí dentro donde se dan los temblores y los escalofríos, aquí dentro donde se sienten los adioses y los hasta-luego. Con frío y sospechas recibo tus palabras y el silencio entre ellas. No tiene magnitud el silencio. Pero la magnitud del frío me hace sospechar de tu abrazo.
Veo el frío y me queda esta sospecha incierta, inviable, increíble; la sospecha es fría y el frío me hace sospechar de lo que hablo contigo, de lo que te digo, de la certeza, porque supongo que la verdad es un poco cálida, que lo cierto tiene el color de tus ojos que ahora preciso. Y esas palabras que traes ahora en tu boca, que resultan ya dulces, que resultan sinsabores, síncopas; ya no es el antiguo silencio de la noche enmohecida y enrarecida, sino el síndrome de la síncopa, que abrevia la tarde y el té del tren. La mano no cruza el abismo pequeño engendrado en la calle fría, por el contrario, se mantiene ausente y deshace el ahí en pequeñas palabras que se balancean en la lluvia de la noche.
Describo el límite injusto, la mediación de la tibieza, y el oscuro del romance. Describo el punto del alcance, la pobreza y el gusto rápido por tu chaqueta negra. Quizá no notes que te estoy mirando. Mejor que creas en mi desinterés y en mi sombra. Mi voz no te mira ni te deja de mirar, como miran las voces profundas, livianamente. Olíamos el canto rojo que olió entonces a moras y maracuyá. Hablamos del origen de la poesía, de la causa profunda, del último y el único fin; para abrazarte y saber que después quedaría con frío y sospechas.

domingo, 1 de agosto de 2010

Cuantos y tantos

¿Cuántos días tienen que pasar para volver a verte? Es la pregunta del exiliado frente a su tierra y su amada. ¿Cuántos días caben en la distancia y en el silencio? ¿Cuántos días faltan para volver a sentirte? Esta pequeña memoria, que olvida la frecuencia y el humilde duelo, ya no te extraña como antes, es cierto, pero te extraña. Te recuerda. Te repite en cada hora por si de pronto se adivina el conjuro de tu presencia repentina. ¿Cuánto será el tiempo sin escucharte, sin saber de ti, sin caminar a tu lado? Esta no es la pregunta del sol a la mañana, ni la pregunta del verde a la montaña azul lejana, es la pregunta de la memoria. ¿Cuánto tiempo tendré para recordarte? Se me acabarán las ideas que he utilizado para cultivar la remebranza de tu entonación, y tu voz ya no sonará, ya dejará escapar su eco, como escapa la tinta en el mar, y los sonidos pequeños cuando llegan a lado de la voz del volcán o del río. Esta simplicidad que no habla nada, ni dice apenas lo importante, recorre las esquinas y reconoce un poco de tu perfume, que ya no sé si es el mismo que me gustó en aquellas noches de septiembre. En todo caso, estoy esperando.

sábado, 20 de marzo de 2010

Fin de la serie

El mundo se alegra de haberte tenido durante veintitrés años. Y en esa medida espero que un mundo alegre traiga para ti días dichosos y felices para que sigas llevando sonrisas a muchos lugares de esta tierra. Compartir sonrisas y abrazos resulta una tarea ardua que muy pocas personas son capaces de afrontar. Por fortuna para muchos terrícolas este mundo tiene tu presencia como un preciado tesoro. Mira hoy el sol y el cielo y verás que se alegran de tu existencia. El que tengas hoy un feliz día es motivo suficiente para escribirte. Ha pasado mucho tiempo y han pasado muchas cosas que quiero contarte. Te envío un abrazo redimible por uno real y muchos deseos de cosas buenas para ti.

La última expectativa

Resulta que tengo una expectativa tan grande de verte, pienso en si seguirás siendo como antes, en si mis recuerdos concuerdan con la realidad, en si eres tan bella como entonces. Trato de descifrar la palabra que usarás para saludarme, en si me abrazarás y en si tu abrazo me transmite algún mensaje cuyo código yo sea capaz de descifrar oportunamente.
Hace tantos meses que no te veo, que no puedo olerte, ni tocar tus manos, que tal vez ya no existas. ¿Y cómo reaccionará mi corazón al sentirte nuevamente después de haberme prometido estar curado de tu ausencia? ¿Acaso lograré evitar tus ojos o causar una apariencia diferente que me ayude a tolerar tu presencia sin sacarte de allí donde nos encontremos, para llevarte a un lugar indefinido donde podamos hablar de la ausencia, de lo hermoso que resulta extrañarte, de lo urgente y difícil que ha sido querer verte y no poder?
Pero no lo comprendes. Estoy de muchas maneras. Eso de enamorarse y desenamorarse a la fuerza es bastante duro. Y me pone feliz y triste de que sea cierto, pero me queda el vacío ahí donde siempre, esa esencia tan rara, tan inmisericorde. Qué bueno y qué malo todo esto. A lo mejor no verte más fue mejor que haberte visto todo el tiempo.

¿Y dónde es que está la gente feliz?

¿Y dónde es que está la gente feliz? La que no pierde, la que puede esperar al día próximo sin intranquilidad. ¿Dónde se hospedan quienes habitan cerca de la felicidad? ¿A qué le temen los valientes? ¿Por qué la felicidad no se distribuye de acuerdo a los niveles de tristeza? ¿Qué se necesita para hacer parte del selecto club de la gente feliz? No basta la sonrisa, ni la liquidez, no basta la experiencia feliz, ni la memoria.

¿Dónde está la gente que puede querer sin temer ser derrotado por el silencio? Porque querer es hablar, es decir, es que la voluntad dance con las palabras, que las palabras acojan esa forma de corazón que no intimida. ¿Dónde vive la gente feliz? ¿De qué material han construido su casa si aún el acero deja pasar la tristeza como un fantasma, como una ausencia? ¿Cómo hicieron para ahuyentar ese monstruo que se disfraza de felicidad? ¿De dónde sacaron la valentía para arrancarle la piel a esta fecha y saber que ahí, debajo de la piel no estaba el demonio de la tristeza?

Pues yo no sé cómo, ni conozco a esa gente feliz. Sólo veo gente que busca incansablemente, como si la felicidad fuera posible, cómo si no fueran tristezas desmovilizadas. Sabes que estaré ahí, a este lado junto con las tristezas de mi alma. El alma es una colección de tristezas, por esos a los tristes les duele el alma, pero a los felices nunca les duele, ni sienten su presencia, porque el alma no está hecha de felicidades. Pero no tomes esto a mal. No es necesario que te sientas culpable aunque lo seas. Muchos culpables se sienten inocentes. Pero no hay penas en este caso para quien hace el daño, sólo para quien lo padece. No rompiste nada, no robaste nada, sólo añadiste una tristeza más a la lista de las que hay en mi alma.
Dejaste un hueco inmenso que se ha ido llenando con tu silencio. Ese es el material con el que se construye la tristeza, con el que el victimario hace víctimas.

¿Ves que una palabra tuya basta?

Aun hoy una palabra tuya basta para hacerme feliz, para sacarme del mundo al que fui arrojado y elevarme a las nubes azul cromo de la esperanza. Una palabra tuya reconstruye y devuelve el aliento a la pronunciación, desempaña la imaginación y trae noticias de tu alma. Sé que mis brazos si tienen la medida adecuada para abrazarte, lo supe el día que te devolví los pendientes. No lo hice como había prometido, pues no fue ese día de marzo el día que dejaste de hacerme falta, sino que puse en mis manos la tarea de no hacerme esperanzas contigo. No amanecerá contigo nuevamente, ni mi voz adquiría ese acento de diapasón otra vez. Fue breve, y han quedado muchas palabras.
Pero faltan tantas palabras entre nosotros que espero tener momentos como palabras para hablar contigo. Faltan sin duda la primera y la última explicación, el argumento del silencio y la respuesta de la ausencia, la historia de mis pies desde el último paso que dimos juntos, si es que dimos ese paso y el relato triste de mi cabeza distraída que dejó que te fueras, como si en este asunto valiera la palabra libertad.
Qué bonita es la palabra adecuada. Libertad fue mi palabra. Pero no fue la palabra adecuada.

Fragilidad 2

Al fondo de las palabras escritas resuena la fragilidad de quien escribe. Fragilidad la de las hojas secas o la del cristal. En todo caso resuena esa manera tuya de decir, de hacer, de significar los pies del mundo. Cabe en tus manos la pequeña y ausente existencia de la sombra última de mi poesía. La fragilidad de las cosas del mundo habla de la fragilidad misma, que se ha distribuido en todo lo que tocas. Un día tocaste mi corazón y como lo demás, tomó tanta fragilidad que las voces nocturnas se atrevían a hacerlo vibrar. Pero una historia de la fragilidad sólo tiene su pleno sentido cuando algo se rompe. Sólo sabemos de la fragilidad de la hojarasca cuando escuchamos su crujir oscuro y natural. Sólo sabemos del cristal cuando ha pasado a integrar el peligro. Pero no se rompió acá un corazón sino sus palabras. Estas palabras están rotas. Sólo algunos las podemos ver descompuestas, deshechas, repartidas, incompletas, sin orden ni conjunto. Sólo quien oye las palabras al fondo de la tarde, como en un pasillo lento y vacío, puede medio escuchar su fragilidad.

Fragilidad

Al fondo de las palabras escritas resuena la fragilidad de quien escribe. Fragilidad como la de las hojas secas o la del cristal aunque nada esté hecho de cristal ni de hojas secas. En todo caso resuena esa manera tuya de decir “no”, que rompe el silencio y la palabra, que pone un cerco infranqueable al deseo. Muy pocos notan esta tristeza tan rara. Inclusive yo olvido que la llevo a cuestas cada tanto.

Aún no encuentro una manera de nombrarte. Ni azul o sombra o nombre de flores inexistentes o extintas, ni palabras serias o falsas. Quiero nombrarte, como si tuvieras nombre, como si nadie más te hubiera nombrado, como si nombrarte tuviera un poco de ti, como si al nombrarte te invocara así como se invocaban los espíritus en los tiempos de antes, como si acabara con lo frágil de una sola palabrada. ¿Viene tu nombre junto a tu espíritu? ¿Te zumban los oídos cada vez que te menciono en mitad de la noche o en mitad del día? ¿Reconoceré tu acento la tarde que vuelva a hablar contigo? No tengo buenas razones para nombrarte ni para pronunciar un saludo que de veras te salude. Las palabras de la tarde se marchitaron en tu gran ausencia. El camino lleno de paredes en blanco o en azul donde pensamos escribir unas palabras para apoyar la redención humana aún permanecen inalteradas, como a la espera de tu nombre en mi mente. Pero no encuentro una manera de nombrarte. Si supieras del esfuerzo para escuchar tu voz o para leer tus palabras, tal vez me dirías tu nombre. Pero no es necesario hoy, tal vez lo sé, pero no encuentro una manera de pronunciarlo.

He aquí lo frágil de mi voz. Si aún tuviera un segundo adicional para pronunciar tu nombre.
Si aún esta muerte no se hubiera apoderado de mis palabras, si aún este momento alcanzara para que cambiaras de parecer, tendríamos una nueva canción para recorrer un nuevo tiempo para tomarnos de las manos en las calles del centro.

Cae la tarde

Cae la tarde como apenas otras cosas saben caer, sobre mi alma maltratada, sobre las casas tristes, tristes por estar deshabitadas de ti, tristes por ya no verte. Pude no quererte, no fue el azar sino la voluntad, no fueron las circunstancias sino mi corazón. Pude no quererte, no era la soledad quien reinaba, no era el silencio ni la noche sino tu presencia. Pude no quererte, pude impedir que nacieran esperanzas como flores de un día. Pude espantar esa primavera como antes se espantaban las brujas. Pude espantar esos pájaros que picotearon mi alma pero no hubo capacidad ni voluntad. Pude no quererte, pero lo supe apenas después de hacerlo. Nadie que esté dormido puede querer no despertar y tener la fuerza para hacerlo. Pero no fue un sueño, tus palabras lo confirmaron.
Cayó la noche junto a los demás que cayeron, inocentes, víctimas del silencio, víctimas de la palabra incompleta. Pero yo no quiero más caídos, no volveré a la casa donde conocí tus labios, ni te esperaré más, en aquella ventana. De hecho en ninguna ventana, y es bueno que todas las casas se deshabiten de ti, se desintoxiquen. Que la tarde se levante y que no reinen tus palabras porque ni eres reina ni estás presente.

Razones

Es claro que no hubo una razón para quererte, y que resultaba inexplicable la aparición de un sentimiento tan fuerte y tan inflamable. Por eso tampoco existe una razón para no quererte. Puede que existan varias razones para quererte y también que existan varias razones para no quererte, pero consideradas individualmente no dicen nada, son insuficientes. Muchos sentimientos tienen una explicación, pero no éste. Este resumen de emociones saltarinas, desde la dicha matutina hasta la tristeza por la timidez de la tarde, no sirve aún como una explicación. El recurso a recordar tu mirada a través de fotografías, no habla nada de la emoción y la fijeza con que tus ojos se hacían presentes en mi vida. No es un tema nuevo esto de la dialéctica de tu presencia y tu ausencia, menos cuando tu nombre lleva ya las claves del azar. No puedo hablar de razones cuando no las tuve para conservarte y menos hoy cuando te conservo de una manera apodíctica pero meramente textual. Las palabras o bien son como sonidos terribles, como estruendos del relámpago, o bien son como marcas dejadas en las rocas por el paso infinito del agua, y entonces he preferido el sentido geológico de este cariño ante la imposibilidad de ensordecerme.

Yo, que creí saber sobre razones, intenté proponerlas en la fragilidad de nuestras palabras, pero éstas se rompieron y quedó un silencio casi absoluto donde apenas si podemos reconocer las pequeñas briznas del diálogo. Lo preferimos nocturno y hacia el amanecer, como si las buenas palabras se nos acumularan durante el día hasta rebozarse en la noche. Aún en los últimos días intentamos nos vemos inmiscuidos en este tipo de conversaciones. Pienso que eres una buena conversadora. Cuando digo “conversar”, suena como si dijera a la vez, versar de a dos, y alguna vez lo hicimos, aunque tu presencia me hiciera olvidar aquellos versos que recuerdo. Esa fue una buena razón para quererte. Algunas cosas no cambian con el paso del tiempo. En eso el amor se acerca a la eternidad.

Buen viaje

Te hubieras marchado sin mencionarlo. Si hubieras partido sin darme aviso, tu ausencia no habría empezado desde antes de tu partida. ¿Pero, de qué hablo? Desde el primer día he sentido tu ausencia. Pero la que me cuentas ahora, es aún más profunda y oscura, la ausencia es como un túnel que va hacia el fondo de la tierra y no hacia la luz. Esta ausencia de la que dices ahora será una definitiva.

Sin duda deseo que regreses algún día, que no olvides que tu corazón es un camino, y que cuando cruces el mar recuerdes mi nombre. Pero qué bueno si te hubieras ido sin hablarme de tu destino ni de tu voluntad Así, y seguiría sabiendo de ti como lo he hecho el último año, sin saber siquiera si vives o alguien escribe por ti, si perdiste el cabello o tu mirada estupefacta.

Sé que te vas, pero no te escondas, cuando estés allá, mira que ahora todos estamos un poco más cerca, aunque también estemos un poco más lejos. Si no me extrañarás, te deseo un buen viaje. Los deseos no sirven de mucho, por eso te deseo un buen viaje.

sábado, 27 de febrero de 2010

Releo la poesía que me gusta

Releo la poesía que me gusta. El poema diez de los veinte poemas de amor de Neruda, es la historia de nosotros. Nadie nos vio con las manos unidas, nadie importante, puros desconocidos apenas. Una amiga mía, que tú no conoces creyó vernos en la biblioteca. Otra, supo de la historia porque yo le conté. Un amigo a quien le había comentado, dedujo de tu conversación sobre mí, quién eras tú, apenas si podía imaginar tal cosa, y no dudó en decirme que no me hiciera esperanzas. Así lo hice. La azul noche caía sobre el mundo pero ninguna moneda de sol se incendió en mis manos. La fiesta del poniente de los cerros lejanos, que veía y vi desde mi casa de hombre sin casa, terminó, y ya no fue fiesta. No pude invitarte a verla, era incomprensible para ti. ¿Quién atenderá los motivos por los cuales perdimos el último crepúsculo? ¿Para qué sirven ahora las monedas de llamar? Te recordé con el alma apretada de esa tristeza que tú me conoces, y que por cierto, parece que no te gustó. Lo has escrito, lo dijiste, pero no sabes lo que hace una sola palabra tuya. ¿Dónde estás ahora que escribo esto, entre qué gentes extrañas, diciendo qué palabras sobre mí?. Tengo que decirte que se me viene todo el amor de golpe cuando me siento triste y te siento lejana, y también ahora que ya no estoy triste, pero que te siento más lejana, deberías saber de esto. Ya no tomo libros al crepúsculo, y realmente dejé mi capa porque no soy un héroe con superpoderes. Te alejaste una sola tarde y aún lo haces, aún caminas hacia ese allá donde apenas ya no existo. No sé exactamente si el crepúsculo borra las estatuas. Dije ignorar cuál sería el día de mi vida en que te querría por última vez, pero deseo que sea pronto o que vuelvas y no haya tal día. Pero creo que no volverás. No nos une nada excepto algunos datos de la memoria que pueden olvidarse con facilidad o con licor. ¿Dónde estás?¿Te gustaría releer conmigo?

lunes, 18 de enero de 2010

Medianoche

Es medianoche nuevamente y tu recuerdo se cuela por cada espacio en mi alrededor, porque las horas reconocen tu presencia ausente de aquellas veces en las que tus párpados marcaban cada hora cerca de los míos. Pero medir el tiempo es algo que se hace desde siempre. No se puede medir el cariño, por ejemplo, y sólo sabemos de él por el tiempo. Esta medianoche en la que escribo quisiera tenerte cerca. Ya sabes que la cercanía es relativa, pero la lejanía también. Nos alejamos en el tiempo y en el cariño. Cuánto me quieres ahora y cuánto me puedes querer. La simple pregunta rompe la promesa del silencio. Pienso que no me quisiste sino que te parecía que me querías. Pienso en quién dio el último paso hacia el primer beso y trato de saber en qué pensaba cuando permití que me dieras el último beso como si fuera el beso de la muerte.

Sin duda, algunas cosas murieron y su muerte convenció a la historia de que las cosas tenían que ser de esa manera. De que era mejor este estado oscuro, silencioso, frío, distante, ausente, sin tu olor, fue convencido mi corazón. Acaso el espíritu de eso que no existió entre nosotros pueda asustarnos y recomponer la primavera. Pero no la entendería, de hecho, todo lo que entendí por esas fechas, ahora me resulta inentendible, como si lo hubieran escrito los espejos y no los dactilares. Tú que reinventaste el tiempo tal vez podrías contarme qué era lo que ocurría en aquellos días de noviembre. No reinventaste el amor y de eso fueron testigos la humilde noche y la triste luna, distante pero asombrosa. No era una forma de deber ni era una estrella, apenas parecía una sonrisa morena y joven.

Te supe del color azul y de la forma en rombo de los asuntos pendientes, cuyo color plata me sirvió de bandera para la pequeña lucha, para la gran batallita. Hablo de la media noche porque me parece ahora insensata. Cuanto placer produjo en la palabra y el silencio. La filosofía no habla del silencio pero el silencio sí, tal vez, habla de la filosofía. Y el silencio habla de los filósofos que callan con quién sabe cuántas intenciones de trastocar la demencia y la danza nueva. Recuerda que entonces no construimos una casa sino que nos quedamos viendo el caballo rocinante cuya lógica difusa le permitía galopar. Recordé ese muñequito en una feria, no era igual, no era estrella de cine y tú no lo estabas viendo. Pensé en comprarlo, para dártelo, después pensé que no te lo daría sino que lo rompería como símbolo de que ya no nos une nada. Después pensé que tal vez eso te traería galopando la memoria que perdiste, esa que era tan dulce que no podía ser racional, y entonces no contemplaría al templado extranjero como una víctima, sino como un invitado más a la fiesta que empezó luego de su partida. Mientras tanto este pegásico pedazo de pasta ya no me pareció tan rocinante y lo abandoné, práctica que aprendí con el ejemplo.

Me abandonaste, aun cuando esas dos palabras no digan nada, me sentí como una casa lejana por donde ya nadie pasa, salvo el tiempo, como el camino que desaparece porque re-descubrieron los atajos, las cosas fáciles, las interpretaciones al medio día y no a la media noche y también medio dormidos. Siempre nadie prefiere lo difícil, y en ese siempre me di cuenta de que vivía un nunca solitario que no acabo de entender. Será tan horrible la verdad que preferiremos que se vista siempre con su velo falaz. Me abandoné también a tus ojos, y en ese caso, un poco más grave que el de ser abandonado dije que ya no podía saltar. Recogí la medianoche, helada por cierto, temblorosa de sí y de mí, y la llevé a tu lado para que te dijera qué había pasado durante el abandono. Que la noche no sabía llorar, me enteré. Que el llanto no había aprendido a caminar, ni a bailar y que por tanto no salía de casa. La tristeza, por su parte en unas regiones era cosechada y servía de alimento para el alma; en otras regiones era perseguida por hechicería e infantería.

Entonces hablaron y quedó claro que todo era un problema de seguridad. Pero sí mi seguridad proviene de mis zapatos. Cuando ellos van y vienen y nadie se da cuenta entonces soy seguro. Por esos días los zapatos apenas se estaban inventando, las vacas aun no prestaban su piel, y por eso creo que ella, con sus ojos, se dijo mentiras para tratar de convencerme de la ausencia.
Si la poesía no se hubiera escondido tantos días, tal vez ni siquiera tendría esta medianoche para escribir, sino para vivir.

martes, 12 de enero de 2010

De la ironía o de la mañana

Luego de esperarte mucho tiempo llegaste para decir que no habría más mañanas. Que el amanecer quedaba en una especie de prohibición y que la historia probablemente no sería más que ilustración. ¿Qué tan cerca están el amor y la revolución? y ¿qué tan cerca estábamos en ese entonces del amor y la revolución? ¿De qué manera se ama la revolución? ¿Qué ha dicho la revolución sobre el amor?

No dijimos nada al respecto. Tan sólo dije que te prefería por una serie de ideas más que por una serie de realidades. Qué importan las realidades si ahora importan las ideas. La madrugada no conocía todas tus ideas, así como yo tampoco conocía todas tus realidades. Bastaba una sola disimetría entre un mundo y los demás para que el horizonte se destiñera. ¿Cuán difíciles fueron las nuevas palabras entonces? No hubo una manera de prefigurarlas de acuerdo al amor ni de acuerdo a la revolución. Era claro que el amor no debía destruir la revolución y tal vez lo hizo. Pero la revolución también destruyó o aplazó el amor. Ya no lo quiso en la mañana. Ya no quiso ahora ser revolución ni ser amor, ni amar ni revolucionar.

No alcanzó el tiempo que me diste para hacer una propuesta seria. La esperanza era insuficiente y con ella no podía cultivarse nada. Aun si pudiera cultivarse algo, quienes se alimentaran de lo cultivado se morirían de hambre. La madrugada murió de hambre. Mi memoria se fue ahogando poco a poco en la esperanza y la esperanza se marchó con el último crepúsculo de la tarde que no viniste y te estaba esperando. Decidí un día no esperar más y entonces lo supiste. Cuanto he deseado desde entonces esa ignorancia, pero la ignorancia no regresa, así como no regresa la inocencia y como no regresa la necesidad de saber después de haber sabido.

Puede ser cierto que el amor y la revolución no nos necesiten, o nos necesiten juntos. Puede que no haya nunca ni lo uno ni lo otro por tu huída y mi renuncia a buscarte. Huiste. Pero está bien que hayas huido por una razón. Tal vez estas palabras necesitaban tu ausencia para existir, para nacer. Ahora que nacen mueren en el papel. Mueren por ti, demuestran la muerte que merecen para liberar al autor. Quizá baste una palabra tuya para revivirlas o quizá mueran otra vez. Después de que te fuiste ya no hubo amanecer sino ironía.

sábado, 9 de enero de 2010

Pienso que bailas

El día que re-leas esta carta, un día lejano, no si la lees hoy o mañana nuevamente, sino otro día del futuro, sabrás por qué te quiero hoy. No se puede decir simplemente: “te quiero por ésta y aquellas razones”. Cuan sencillo sería el mundo si pudiera decirte que te quiero porque estás viva y eso es garantía de que el mundo no sea un lugar aborrecible. Cuan sencillas serían las cosas si pudiera quererte simplemente sin escribirte cosas, bueno, palabras, cada entonces, como lo hacen muchas personas que apenas usan las palabras en ocasiones especiales. Pero este no es un amor sencillo. No es sencillo porque no eres sencilla ni yo lo soy. Tengo un millón de nudos que se anudan y se desanudan y vuelven a anudarse, y aunque eso es sencillo trato de poner acá, en palabras más palabras menos, lo que hará que releas esta carta en un año y en mil años.
Te quiero porque encuentro una línea de arte que pasa por tu cuerpo. Y esto puede decirse de todas las mujeres que danzan, pero lo digo sólo de ti aún si haberte visto bailar no significa que entienda todo esto. Vives el arte en cada parte de tu cuerpo y eso te hace parte del arte pues un brazo y un pie pueden deshacer el mundo y reinterpretarlo. Pienso que bailas y que el mundo cambia por ello, que nada sigue igual en el universo después de cada acto, después de cada paso, y que cada paso te acerca más al arte, pese a que cada paso es ya, en sí, también, un poco de arte. Eres como la danza cuando pienso que bailas. La emoción del movimiento y el moverse confluyen en tu piel. Pero no te quiero como una obra de arte, porque eres la artista, la artista que deviene arte a través de sus pasos. Y pienso que bailas y no sólo eso, sino que ese espíritu de arte permanece en tu caminar cotidiano. Pienso que ya incorporado el arte en tu sangre cada cosa que se mueve junto a ti se inspira de estética danzante, y se mueve como si les dieras vida. Y esto que me ha pasado no ha sido más que uno de tus pasos, y apenas lo comprendo.
Cuando bailas no sólo hay movimiento sino principalmente lenguaje, un lenguaje que no es capaz de articularse en palabras, y he ahí la dificultad de opinar sobre lo que expresas, pues viene desde tu cuerpo una imagen, como si fuera tu alma la que enviara un mensaje en cada movimiento que sólo se puede sentir, que sólo puede emocionarnos, movernos, pero que nos impide describir su esencia efímera. Cuando bailas se acaba mi capacidad interpretativa. Empieza a suspenderse y se suspende mi capacidad explicativa. Y esto porque el baile es anterior, es primero antropológicamente, nos dice que el cuerpo humano está diseñado gracias a estos patrones estéticos. Y la poesía no te alcanza. Las palabras apenas se te acercan y no alcanzan a tocarte porque salen contagiadas de la poesía de tu baile.

“El amor es bailar” dijo un cantante. Eres entonces como el amor. El amor se comporta como el arte. Pero al amar entonces te encuentro diferente y pienso que bailas. ¿Amas al bailar?, o ¿se equivocó ese cantante? Pienso que bailas pero que a veces eso no tiene nada que ver con el amor. Pienso que amas y que a veces eso no tiene que ver con el baile. Esta carta tiene la clara intención de que la releas, me pregunto si hay algo en ella que valga la pena de que la releas en diez o cien años. Salvo estas palabras incómodas, porque imagino tu sensación al leerlas no hay nada más acá.

Y bueno, no resulta sencillo decir que te quiero por ésta y aquellas razones. Pues si te quiero porque bailas, sería como un ciego, hay miles que bailan, y tal vez de algunas mujeres se puedan decir cosas parecidas. Entonces tengo que decir cuáles son aquellas razones por las que te quiero aunque no sea tan sencillo. El mundo no es un lugar aborrecible desde que tú bailas. Pero el mundo no es una buena razón para quererte. Te quiero por ejemplo porque puedo acompañarte, desde la calle hasta tu casa, desde la casa hasta tu calle, desde anoche hasta hoy y desde esta tarde hasta esta noche. Te quiero por ejemplo por tu sonrisa y tu mirada, por tu estupor y tu fuerza, porque tu belleza vivió conmigo, respiró junto a mí, tomó café y se fue. Te quiero sin ejemplo, porque pese a todas las razones para no quererte, para no entenderte, para olvidarte, para saber que no me haces falta, de vez en cuando una fuerza me obliga a escribirte cosas como ésta. Parece que te quiero, pero sólo lo escribo, y pienso que bailas.

He venido hasta aquí

He venido hasta aquí, un poco enamorado de tu voz y de tus palabras, que a veces son bastante buenas para la ansiedad y la soledad. Por escasas y breves, porque encuentro en ellas una ternura que no es fácil de encontrar en el universo de los que caminan y se detienen. Porque refrescan y animan al caminante o al transeúnte que está a este lado de la hoja. Porque recrean el mundo con una paciencia breve pero eterna. Pero vengo es tras tu voz, no sé que vayas a decir hoy, ni que dijiste ayer porque las palabras un poco pasan pero la voz permanece y este es mi alivio. No hay problema en que no me digas nada, pero déjame oírte por una nueva vez. Vengo desde tan lejos, porque tu voz brillaba en la oscuridad de mi ciudad distante y fría, pero escasa y apartada y descubría en esa lejura tu mirada. Usa frases largas esta vez; no permitas que un ápice de silencio se interponga entre tus palabras, pues puede perderse todo encanto fugaz de la jaula que nos provee la luna. Un murmullo esta vez, pues extraño la historia última y pronta del amanecer, en medio del sueño, que no permite distinguir cuanto no dormimos y cuanto permanecimos despiertos.

Algunas cosas

Hay algunas cosas que definitivamente no vuelven a estar juntas pese a reencontrarse. En el principio cuando sólo existía el mar y la oscuridad, no valía la pena decir qué es cada cosa. Pero apareció la tierra en el corazón y se hizo la luz. Y entonces se separó el mar y la noche, en el rincón silencioso y nostálgico de los atardeceres que hacen doler el alma y hasta los huesos, de la luz y la tierra. Y los primeros quedaron destinados a una cosa y los segundos a otra. Y aunque la luz se encuentre con la noche en el filo del mar, y aunque la tierra se encuentre con el mar en el filo de los crepúsculos, una decisión ha sido tomada, nunca volverán a estar juntos aunque paseen por miles de kilómetros de playa y durante miles de anocheceres y amaneceres. La primavera y el otoño por ejemplo, siempre cerca, siempre visitan el mismo territorio, siempre dejan marcas para que el otro las vea, pero nunca más juntos, tan separados que ya nadie cree que alguna vez estuvieron juntos.

Esta es la última parte de una correspondencia. Quien escribe una carta o deshace un pedazo de papel para convertirlo en mensaje ya nunca volverá a estar con las palabras que escribe así se reencuentre con ellas para leerlas. En este caso triste se toma una decisión cruel como sólo pocas cosas en la luz, se expresa una condición: si hay más palabras entre nosotros esas palabras no dirán nada.

Frente al fuego

Ahora mismo, frente al fuego que encendimos acá lejos de ti, hablo al fuego como si a través de él pudiera hablar a tu alma. Quienes acá se reconocen abrazados ante el fuego como si nada más faltara entre ellos y la presencia rojiza y cálida sobre su rostro, me invitan a enviar mi mensaje a través del fuego. Y si el fuego llevara mi mensaje hasta tu sueño o tu silencio, entonces adoraría su danza roja y amarilla sobre la madera, encendería hogueras en cada esquina como celebración de esta victoria sobre el frío y la ausencia, enviándote un último mensaje antes de encender todo este lugar y consumirme en el mensajero. Nada de esta tibieza se parece a tus palabras. Nada de esta tibieza se parece a la de tus brazos. Pero la manera en la que se ocultan los rostros tras las disminuciones de la luz me recuerda la manera en que encontraba tus ojos mirándome entre la noche.

Es preciso que te olvide

No creo que haya caminos sin fin, ni creo por tanto que la ausencia permanezca en el último paso. Hablo de ausencia, pero no sé si soy ausente en algún lugar, y me refiero a la ausente como si fuera un objeto que desencaja en todo lugar, menos acá, donde no puedo verla. Pero el ausente no sabe de su ausencia y por lo mismo la ausencia no sabe que es ausencia. Y dije que tú corazón es un camino y que nadie se apodera de los caminos, mucho menos cuando desconoce su razón y su sentido. Y ahora pienso que la condena estaba escrita en la llave que abrió la puerta: ¡“hay una razón por la que nadie se apodera de tu corazón”!.

Es justo entonces que no hable de la ausencia, pues si el ausente desconoce su ausencia, no es justo que te llame ausente, sino presente, y la presencia no se puede desconocer. Pero al llamarte presente, lo hago en dos sentidos contradictorios, por una parte te digo que estás aún en ese lugar que te obsequiaba en la carta, y ahí de alguna manera, estás presente. Pero aquí donde estoy no lo eres, y como ya no puedo llamarte ausente, te pareces al pasado, porque no eres presente. Acá coincido con aquellos que dicen que todo pasado fue mejor tiempo, lo cual es algo que no se puede decir en público, pues el mejor tiempo es aquél en el que estás tú.

Pero no estás, ni tu recuerdo está firme hoy, sólo están estas palabras “estuviste” “fuiste” “viniste”, que cualquiera, aún alguien que no sepa qué quieren decir, puede pronunciar. Sólo adoptan un poco de sentido en este momento, en el que se pronuncian para invitar el recuerdo, que también se reduce a palabras memorizadas, que si son pronunciadas por otras personas ya no tienen nada que decir, adquieren un mutismo. Palabras como “que bueno que viniste”, “que lindo que estuviste ahí”, no dicen nada, no tienen contenido cuando el camino se ha detenido y los pasos siguen dándose. “Eres una persona muy bonita” trastorna la hora en la que la noche decide detenerse. No hay nada en esta frase, puede decirse por decirse. Pemebés hay por todas partes, salvo que si llamamos pemebé a alguien que no tiene su camino cargado de razones, no tendremos que asumir consecuencia alguna y sólo será un curioso nombre para un curioso instante.

Pero el día que tu presente en el segundo sentido me llamó pemebé, mi mundo tomó un orden universal diferente. Digamos que se reconfiguró. Y entonces toda búsqueda anterior, todo camino recorrido, todo espacio pendiente de razón o de sentido, adquirió un tono tolerable, blando, ajustado, como algunas cosas cuando cambian de la vida a la muerte o de la muerte a la vida. Aún, no he dicho por qué es preciso que te olvide. Tal vez no sea preciso, tal vez sea inexacto, impreciso. Es impreciso que te olvide, es inexacto que lo haga, es injusto, porque al igual que con la ausencia, quien es olvidado no sabe que lo ha sido, y quien olvida en mi caso es quien sufre la condena. Pero no se sabe qué es peor, si la ausencia o el olvido. El olvido desharía la ausencia en partecitas, pues mientras haya ausencia hay recuerdo, y ahora sólo recuerdo tu ausencia, el día que prometiste que volverías y no volviste, la tarde en la que oscureció en mi alma y la noche de junio en la que tu voz distante iluminó tanto que no pude dormir.

“Es preciso que te olvide” es una frase que dice, que el olvido es una precisión. Un ajuste de los recuerdos. Un recorte más en esta época de recortes. Dice que hay que renegociar la memoria. Que se puede obtener un poco de paz, si se entrega esta bandera de un mundo alegre y sencillo. Si se destruye la carta mágica se obtendrá un pasado tranquilo, uno que no existió pero que dejaría dormir a los habitantes del futuro. El olvido es una precisión y no soy preciso, más bien impreciso, por aquello de mis problemas con el equilibrio, de mis relaciones con la innecesidad. Este cariño ha sido una cosa meramente innecesaria. Cuantos mundos posibles pueden pensarse sin este cariño. El mundo más extraño sería aquél donde somos enemigos en una guerra. Pero el mundo más triste es aquél en el que no nos conocemos. Y el olvido se me parece a ese mundo. Y tú pareces forzarlo. Fuerzas ese mundo para que poco a poco se apodere de éste que puedo ver y doler.

Espero que esta carta llegue pronto a tus manos, a tus ojos, a tu corazón, si es que estas palabras dicen algo. Para que veas que te olvido cada tarde, para que el amanecer en su olor a nuevo te traiga y seas toda nueva y no recuerde nada, sino tu inmediata presencia. Es una pena todo este silencio, aunque el silencio alimenta el cariño en este caso. Es preciso que te olvide como si se pudiera pedirle favores a la memoria, como si pudiéramos escoger qué recordar.
Pero hay una razón de dolor. ¿Para qué quiere ver el enamorado a su amada? ¿para qué la llama?
¿Para qué quiere oírla? La condición es no recurrir a la memoria, pensar que no hay pasado. Por eso es preciso que te olvide. Para poder volver a verte como antes, como en el principio, cuando eras una extraña que vestía de azul. Cuando eras una conocida de quien no recordaba el nombre. Cuando pronunciar tu nombre era como pronunciar cualquier palabra. Cuando aún era posible hablar por la mera intención de hablar. Cuando no existían cartas mágicas ni otras cosas mágicas. Cuando la magia no nos correspondía. Cuando el silencio antiguo habitaba entre nosotros, y era dulce. Cuando podíamos mentir sin consecuencias. Cuando podíamos pensar.

Los temores

Los temores que expresé ante tu mirada dadora de esperanza se han confirmado. No existía libertad en tu corazón para que pudieras quererme. Tampoco existía tu voluntad para esos afanes. Pero el mensaje era ambiguo. Cómo esperaba contar contigo sin haber encontrado el sentido de mi vida. Cómo esperaba encontrar el sentido de mi vida sin contar contigo. Era preciso saber caminar antes de tomar cualquier camino. Y el camino in-transitado de tu corazón fue un camino exigente en el que no se podía llevar la inseguridad ni la infelicidad, pensando que el camino establecería una segura felicidad. Era preciso también saber que no se podía permanecer mucho tiempo en el camino, que el camino era sólo para ser visto. Aún más necesario era saber que al tomarlo no sería el camino indicado.

Saber que los pulmones se inflan de más que aire y que aquellos temores son ciertos. Ésos, que venían a despedazar la luna y las rodillas y a restablecer el silencio, a medir la distancia entre tu cabeza y tu corazón, entre tus principios y tus fines. Esos temores que parecían señores, que venían a hacer justicia frente al caso del silencio fallecido por cuestiones de sentido. Al indagar entonces descubrieron que había al menos un culpable, que violentando el papel y aprovechando una pregunta había destinado una lista amplia de sentimientos a asaltar un corazón de manera inesperada. A los ojos de estos temores, señores, todo parecía un delito. Y existen las pruebas.

Un temor fue confirmado al final. No es posible tomar un camino como quien toma una mujer. No es posible tomar una mujer como quien toma un camino. Un temor quedó sin confirmar. Durante millones de años el silencio pobló la distancia entre nosotros, y sólo un momento se ausentó para regresar y establecer nuevas reglas. Pero ¿volverá a marcharse o permanecerá por miles de años, aún después de que ya no vivamos?