sábado, 9 de enero de 2010

Los temores

Los temores que expresé ante tu mirada dadora de esperanza se han confirmado. No existía libertad en tu corazón para que pudieras quererme. Tampoco existía tu voluntad para esos afanes. Pero el mensaje era ambiguo. Cómo esperaba contar contigo sin haber encontrado el sentido de mi vida. Cómo esperaba encontrar el sentido de mi vida sin contar contigo. Era preciso saber caminar antes de tomar cualquier camino. Y el camino in-transitado de tu corazón fue un camino exigente en el que no se podía llevar la inseguridad ni la infelicidad, pensando que el camino establecería una segura felicidad. Era preciso también saber que no se podía permanecer mucho tiempo en el camino, que el camino era sólo para ser visto. Aún más necesario era saber que al tomarlo no sería el camino indicado.

Saber que los pulmones se inflan de más que aire y que aquellos temores son ciertos. Ésos, que venían a despedazar la luna y las rodillas y a restablecer el silencio, a medir la distancia entre tu cabeza y tu corazón, entre tus principios y tus fines. Esos temores que parecían señores, que venían a hacer justicia frente al caso del silencio fallecido por cuestiones de sentido. Al indagar entonces descubrieron que había al menos un culpable, que violentando el papel y aprovechando una pregunta había destinado una lista amplia de sentimientos a asaltar un corazón de manera inesperada. A los ojos de estos temores, señores, todo parecía un delito. Y existen las pruebas.

Un temor fue confirmado al final. No es posible tomar un camino como quien toma una mujer. No es posible tomar una mujer como quien toma un camino. Un temor quedó sin confirmar. Durante millones de años el silencio pobló la distancia entre nosotros, y sólo un momento se ausentó para regresar y establecer nuevas reglas. Pero ¿volverá a marcharse o permanecerá por miles de años, aún después de que ya no vivamos?

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