martes, 12 de enero de 2010

De la ironía o de la mañana

Luego de esperarte mucho tiempo llegaste para decir que no habría más mañanas. Que el amanecer quedaba en una especie de prohibición y que la historia probablemente no sería más que ilustración. ¿Qué tan cerca están el amor y la revolución? y ¿qué tan cerca estábamos en ese entonces del amor y la revolución? ¿De qué manera se ama la revolución? ¿Qué ha dicho la revolución sobre el amor?

No dijimos nada al respecto. Tan sólo dije que te prefería por una serie de ideas más que por una serie de realidades. Qué importan las realidades si ahora importan las ideas. La madrugada no conocía todas tus ideas, así como yo tampoco conocía todas tus realidades. Bastaba una sola disimetría entre un mundo y los demás para que el horizonte se destiñera. ¿Cuán difíciles fueron las nuevas palabras entonces? No hubo una manera de prefigurarlas de acuerdo al amor ni de acuerdo a la revolución. Era claro que el amor no debía destruir la revolución y tal vez lo hizo. Pero la revolución también destruyó o aplazó el amor. Ya no lo quiso en la mañana. Ya no quiso ahora ser revolución ni ser amor, ni amar ni revolucionar.

No alcanzó el tiempo que me diste para hacer una propuesta seria. La esperanza era insuficiente y con ella no podía cultivarse nada. Aun si pudiera cultivarse algo, quienes se alimentaran de lo cultivado se morirían de hambre. La madrugada murió de hambre. Mi memoria se fue ahogando poco a poco en la esperanza y la esperanza se marchó con el último crepúsculo de la tarde que no viniste y te estaba esperando. Decidí un día no esperar más y entonces lo supiste. Cuanto he deseado desde entonces esa ignorancia, pero la ignorancia no regresa, así como no regresa la inocencia y como no regresa la necesidad de saber después de haber sabido.

Puede ser cierto que el amor y la revolución no nos necesiten, o nos necesiten juntos. Puede que no haya nunca ni lo uno ni lo otro por tu huída y mi renuncia a buscarte. Huiste. Pero está bien que hayas huido por una razón. Tal vez estas palabras necesitaban tu ausencia para existir, para nacer. Ahora que nacen mueren en el papel. Mueren por ti, demuestran la muerte que merecen para liberar al autor. Quizá baste una palabra tuya para revivirlas o quizá mueran otra vez. Después de que te fuiste ya no hubo amanecer sino ironía.

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