sábado, 9 de enero de 2010

Es preciso que te olvide

No creo que haya caminos sin fin, ni creo por tanto que la ausencia permanezca en el último paso. Hablo de ausencia, pero no sé si soy ausente en algún lugar, y me refiero a la ausente como si fuera un objeto que desencaja en todo lugar, menos acá, donde no puedo verla. Pero el ausente no sabe de su ausencia y por lo mismo la ausencia no sabe que es ausencia. Y dije que tú corazón es un camino y que nadie se apodera de los caminos, mucho menos cuando desconoce su razón y su sentido. Y ahora pienso que la condena estaba escrita en la llave que abrió la puerta: ¡“hay una razón por la que nadie se apodera de tu corazón”!.

Es justo entonces que no hable de la ausencia, pues si el ausente desconoce su ausencia, no es justo que te llame ausente, sino presente, y la presencia no se puede desconocer. Pero al llamarte presente, lo hago en dos sentidos contradictorios, por una parte te digo que estás aún en ese lugar que te obsequiaba en la carta, y ahí de alguna manera, estás presente. Pero aquí donde estoy no lo eres, y como ya no puedo llamarte ausente, te pareces al pasado, porque no eres presente. Acá coincido con aquellos que dicen que todo pasado fue mejor tiempo, lo cual es algo que no se puede decir en público, pues el mejor tiempo es aquél en el que estás tú.

Pero no estás, ni tu recuerdo está firme hoy, sólo están estas palabras “estuviste” “fuiste” “viniste”, que cualquiera, aún alguien que no sepa qué quieren decir, puede pronunciar. Sólo adoptan un poco de sentido en este momento, en el que se pronuncian para invitar el recuerdo, que también se reduce a palabras memorizadas, que si son pronunciadas por otras personas ya no tienen nada que decir, adquieren un mutismo. Palabras como “que bueno que viniste”, “que lindo que estuviste ahí”, no dicen nada, no tienen contenido cuando el camino se ha detenido y los pasos siguen dándose. “Eres una persona muy bonita” trastorna la hora en la que la noche decide detenerse. No hay nada en esta frase, puede decirse por decirse. Pemebés hay por todas partes, salvo que si llamamos pemebé a alguien que no tiene su camino cargado de razones, no tendremos que asumir consecuencia alguna y sólo será un curioso nombre para un curioso instante.

Pero el día que tu presente en el segundo sentido me llamó pemebé, mi mundo tomó un orden universal diferente. Digamos que se reconfiguró. Y entonces toda búsqueda anterior, todo camino recorrido, todo espacio pendiente de razón o de sentido, adquirió un tono tolerable, blando, ajustado, como algunas cosas cuando cambian de la vida a la muerte o de la muerte a la vida. Aún, no he dicho por qué es preciso que te olvide. Tal vez no sea preciso, tal vez sea inexacto, impreciso. Es impreciso que te olvide, es inexacto que lo haga, es injusto, porque al igual que con la ausencia, quien es olvidado no sabe que lo ha sido, y quien olvida en mi caso es quien sufre la condena. Pero no se sabe qué es peor, si la ausencia o el olvido. El olvido desharía la ausencia en partecitas, pues mientras haya ausencia hay recuerdo, y ahora sólo recuerdo tu ausencia, el día que prometiste que volverías y no volviste, la tarde en la que oscureció en mi alma y la noche de junio en la que tu voz distante iluminó tanto que no pude dormir.

“Es preciso que te olvide” es una frase que dice, que el olvido es una precisión. Un ajuste de los recuerdos. Un recorte más en esta época de recortes. Dice que hay que renegociar la memoria. Que se puede obtener un poco de paz, si se entrega esta bandera de un mundo alegre y sencillo. Si se destruye la carta mágica se obtendrá un pasado tranquilo, uno que no existió pero que dejaría dormir a los habitantes del futuro. El olvido es una precisión y no soy preciso, más bien impreciso, por aquello de mis problemas con el equilibrio, de mis relaciones con la innecesidad. Este cariño ha sido una cosa meramente innecesaria. Cuantos mundos posibles pueden pensarse sin este cariño. El mundo más extraño sería aquél donde somos enemigos en una guerra. Pero el mundo más triste es aquél en el que no nos conocemos. Y el olvido se me parece a ese mundo. Y tú pareces forzarlo. Fuerzas ese mundo para que poco a poco se apodere de éste que puedo ver y doler.

Espero que esta carta llegue pronto a tus manos, a tus ojos, a tu corazón, si es que estas palabras dicen algo. Para que veas que te olvido cada tarde, para que el amanecer en su olor a nuevo te traiga y seas toda nueva y no recuerde nada, sino tu inmediata presencia. Es una pena todo este silencio, aunque el silencio alimenta el cariño en este caso. Es preciso que te olvide como si se pudiera pedirle favores a la memoria, como si pudiéramos escoger qué recordar.
Pero hay una razón de dolor. ¿Para qué quiere ver el enamorado a su amada? ¿para qué la llama?
¿Para qué quiere oírla? La condición es no recurrir a la memoria, pensar que no hay pasado. Por eso es preciso que te olvide. Para poder volver a verte como antes, como en el principio, cuando eras una extraña que vestía de azul. Cuando eras una conocida de quien no recordaba el nombre. Cuando pronunciar tu nombre era como pronunciar cualquier palabra. Cuando aún era posible hablar por la mera intención de hablar. Cuando no existían cartas mágicas ni otras cosas mágicas. Cuando la magia no nos correspondía. Cuando el silencio antiguo habitaba entre nosotros, y era dulce. Cuando podíamos mentir sin consecuencias. Cuando podíamos pensar.

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