sábado, 20 de marzo de 2010

Razones

Es claro que no hubo una razón para quererte, y que resultaba inexplicable la aparición de un sentimiento tan fuerte y tan inflamable. Por eso tampoco existe una razón para no quererte. Puede que existan varias razones para quererte y también que existan varias razones para no quererte, pero consideradas individualmente no dicen nada, son insuficientes. Muchos sentimientos tienen una explicación, pero no éste. Este resumen de emociones saltarinas, desde la dicha matutina hasta la tristeza por la timidez de la tarde, no sirve aún como una explicación. El recurso a recordar tu mirada a través de fotografías, no habla nada de la emoción y la fijeza con que tus ojos se hacían presentes en mi vida. No es un tema nuevo esto de la dialéctica de tu presencia y tu ausencia, menos cuando tu nombre lleva ya las claves del azar. No puedo hablar de razones cuando no las tuve para conservarte y menos hoy cuando te conservo de una manera apodíctica pero meramente textual. Las palabras o bien son como sonidos terribles, como estruendos del relámpago, o bien son como marcas dejadas en las rocas por el paso infinito del agua, y entonces he preferido el sentido geológico de este cariño ante la imposibilidad de ensordecerme.

Yo, que creí saber sobre razones, intenté proponerlas en la fragilidad de nuestras palabras, pero éstas se rompieron y quedó un silencio casi absoluto donde apenas si podemos reconocer las pequeñas briznas del diálogo. Lo preferimos nocturno y hacia el amanecer, como si las buenas palabras se nos acumularan durante el día hasta rebozarse en la noche. Aún en los últimos días intentamos nos vemos inmiscuidos en este tipo de conversaciones. Pienso que eres una buena conversadora. Cuando digo “conversar”, suena como si dijera a la vez, versar de a dos, y alguna vez lo hicimos, aunque tu presencia me hiciera olvidar aquellos versos que recuerdo. Esa fue una buena razón para quererte. Algunas cosas no cambian con el paso del tiempo. En eso el amor se acerca a la eternidad.

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