sábado, 14 de agosto de 2010

Del reto antiguo o del adjetivo

Me gustaría compartir contigo este reto antiguo, el dilema de la angustia cotidiana. Qué bueno sería contarte del pequeño logro y de la pequeña derrota. Como me gustaría que estuvieras cercana al día de mis grandes logros y al día de mis no tan grandes derrotas.

He pensado en todas mis apuestas cotidianas y en si se corresponden con el espíritu de un héroe, pero de esto nada te he contado. Para ser valiente, cada vez que me he ido de casa he aprendido un poco a sentirme como un guerrero, con esa remisión un poco imprecisa al quizá equivocado verbo guerrear. Y voy por la guerra, en todo caso, porque esta tierra es un poco de guerra y también un poco de paz. Pero la paz no nos pertenece, y no la recibiríamos con los brazos abiertos, si su presencia no es anunciada por la dignidad. De la dignidad y de mi dignidad tampoco te he dicho la más mínima palabra; qué entiende este joven que te escribe secretamente por esa palabra tan poco usada, y tan escasamente bien usada. ¿Cuál es la lucha digna? ¿La lucha del hombre contra el sol y la tierra, con el premio del sudor y la tarde descansada, la brizna verde al final de la semana, como si fuera un retoño de felicidad?

He hablado y tal vez me hayas escuchado hablar de la ausencia, de tu ausencia, de mi ausencia, pero no he dicho nada acerca de la presencia, de mi presencia, de tu presencia, de la brizna que premia. “Me gustas cuando hablas porque estás como presente” si invirtiéramos el verso del poeta, habla del presente y de la presencia. Mi presencia por ejemplo, interrumpe muchas cosas tristes. Puede que no sea cierto, puede que no sea suficiente, pero mi presencia lo intenta. Y no sé de sus alcances. Sólo sé que algunas veces lo he notado. Sólo espero que mi presencia no haya sido ingrata para muchos, ni para ti. A veces me esfuerzo hasta el cansancio por hacer de mi presencia algo grato. A veces, no me esfuerzo en absoluto, a veces no quiero ser presente ni estar presente, ni ser grato ni ser sujeto de la gratitud que no es algo gratuito. Recorro el camino de mi corazón para quererme a mí mismo. Y en este recorrido hay vecinos. Tampoco te he hablado de la vecindad, de por qué temer a la noche, y de si en el decimoquinto paso asustan. No te he hablado del susto, pero que bueno sería contarte de lo que me asusta, que es opuesto a lo que temo. Ahora que los destinatarios son tan frágiles, que pueden descartarte sin leerte, pienso que puedes ser mi destinataria. Esto no es nada nuevo, sólo que lo sigo pensando.
Esto parece un listado de temas, pero es una invitación a que hables. Ayer al leerte noté que no escuchaba los adjetivos que pronunciabas, sólo los verbos, los sustantivos y tal vez uno que otro pronombre. Y los adjetivos dicen muchas cosas importantes. Me dan razones para escribirte. Presente puede ser un adjetivo o un sustantivo. Me gusta como suenan los adjetivos, y dos adjetivos juntos también suenan muy bien: bella presente, y se vuelven casi una manera de nombrarte. Inteligente prudente, diciente morena, danzante esperanzadora, todos son esas búsquedas de sentido y de opción. Ahora que me has hecho ver los adjetivos, qué diré de las demás palabras. ¿Podría dejarlas al olvido y al silencio? ¿Cuánto tiempo me lo permitiría?

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